sábado, 8 de septiembre de 2012

DECLARACIÓN INICIAL




El Círculo Nacionalista de Mendoza nace en esta hora incierta para la Patria; y aunque ya no se estilen las presentaciones, nosotros creemos que es muy importante.
El prof. Jordán B. Genta escribió en el periódico Combate “NUESTRA DEFINICION”. Pasaron 57 años de ese artículo y sus palabras continúan vigentes. Por eso es que las tomamos como la Declaración Inicial de nuestro Círculo. 

NUESTRA DEFINICION*

1.- Somos católicos y queremos serlo en todo, en el pensamiento, en la decisión, en los afectos, en las pasiones, en las preferencias, lo mismo en la conducta pública que en la privada.
2.- Y dentro de la universalidad de esa filiación divina,
somos nacionalistas, con un nacionalismo atemperado por un catolicismo, tal como fue siempre el auténtico nacionalismo argentino.
Declaramos que la posición nacionalista, así definida, es un deber ineludible de la hora, una exigencia perentoria y la única política prudente en las actuales circunstancias de la Patria, aunque más no fuera que por una razón de subsistencia: el potencial relativo de la República se encuentra pavorosamente disminuido tanto moral como materialmente; y tan solo una política de deberes y sacrificios extremos, de afirmaciones sustanciales, nos permitirá resistir la presión de los poderosos de la tierra y salvar, al menos, la identidad de nuestro ser nacional, de nuestra individualidad histórica.
3.-
Somos jerárquicos en todo. Queremos ver restablecidas las jerarquías espirituales y naturales que están profundamente subvertidas por la acción masónica y comunista; esto es, por el liberalismo o laicismo en todas sus formas, protestantismo, judaísmo, espiritismo, materialismo, pragmatismo, existencialismo, feminismo, muchachismo y obrerismo.
Queremos ver restablecida la primacía espiritual de la Iglesia católica; tanto en el derecho escrito como en las costumbres de la República; primacía que deben reconocer incluso los no católicos por razones históricas indiscutibles.
Queremos ver establecida la autoridad del padre, del educador, del artesano, del labrador, del empresario y del superior jerárquico en todas las instituciones y actividades de la Nación, naturalmente sobre la base de la responsabilidad y de la justicia debida a los subordinados.
Queremos una familia fundada en el vínculo indisoluble del matrimonio; esto es, una familia para varones y mujeres libres y fieles, capaces de prometer y de aceptar todas las consecuencias de sus actos personales.
Queremos a Cristo en las escuelas y universidades oficiales para que se aprenda
la verdadera libertad; pero rechazamos esa libertad falsa y falaz que declaman masones y comunistas para ser ejercida por una masa ignorante, presuntuosa, descreída y envenenada por el resentimiento marxista, aunque tenga título universitario.
Queremos hacer comprender a nuestros compatriotas que es una aberración mediatizar la real Soberanía de Dios a una ficticia soberanía popular.
Nosotros, católicos, creemos en el
Pecado Original y en sus derivaciones en la Sociedad y en el Estado; de ahí la necesidad de la divina asistencia que buscamos en Cristo y en su Iglesia que prolonga la Encarnación en el tiempo, también para resolver las cuestiones sociales y políticas. Rechazamos en cambio como una burda ficción la bondad natural del hombre, sobre la cual descansa la pretendida soberanía popular.
No somos antidemocráticos y, por el contrario, nos entusiasma la idea de una democracia verdadera; pero ésta exige, por lo menos, una comunidad virtuosa, un pueblo jerarquizado en el bien común. Y nos resistimos a admitir que haya personas razonables que crean seriamente en esa posibilidad siquiera inmediata para nosotros.
No es verdad que exista una tradición democrática en nuestra joven República, porque es notorio que hasta el año 1912 no practicó jamás el sufragio universal ni intervino activamente en política en su inmensa mayoría. Hasta entonces gobernaron bien o mal caudillos populares que no surgieron de las urnas o representantes genuinos de la oligarquía liberal y fraudulenta.
Es igualmente notorio que los dos únicos ensayos democráticos –Yrigoyen y Perón– degeneraron en insoportables tiranías demagógicas y la segunda, todavía amenazante, ha sido mucho peor que la primera.
Hasta aquí la democracia argentina sólo ha existido en retórica de los hombres públicos y de los maestros de escuela, aparte de su registro en la letra de las constituciones nacionales y provinciales. Tal es el balance histórico de un régimen político, al que no faltan todavía insensatos que no vacilarían en sacrificarle la Patria misma, respondiendo a una consigna típicamente masónica:
¡Que se hunda la Patria con tal que se salve la democracia liberal!
¿Es posible que no se advierta la rebelión ostensible del personal subalterno de todas las instituciones de la República?
¿Es posible que no se advierta que el
divorcio y el laicismo escolar, comportan la total descristianización de la sociedad argentina?
¿Es posible que no se advierta que el obrerismo y el muchachismo constituyen la anticipación dialéctica de la subversión del personal subalterno de las Fuerzas Armadas de la Nación?
Conscientes de la descomposición masónica y comunista que ya amenaza la existencia misma de la Patria,
nosotros, católicos nacionalistas y jerárquicos, emprendemos la lucha por Cristo y por la restauración de la Patria en Cristo.
Queremos que cada cosa vuelva a su lugar propio, a fin de que haya paz duradera en el orden justo, queremos la Caridad en todo.
No queremos, en cambio, ser populares porque queremos ser siempre verdaderos.
Y rogamos a Cristo, Nuestro Señor, y a su Madre, la Santísima Virgen María, Nuestra Señora, que nos conceda el coraje de la verdad en todas las circunstancias de la vida.



* Combate, Año I, Nº 1, pp.1-2,  Buenos Aires, 8 de diciembre de 1955.



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